jueves, marzo 30, 2006

HABLAR DE ESPAÑA 1 (el libro)

TODO LO QUE NO PUEDES DECIR

HABLAR DE ESPAÑA


Arturo Robsy


Todo lo que no puedes decir. (Cuaderno de escritor mudo.)
HABLAR DE ESPAÑA
© Arturo Robsy
ISBN 84-607-8030-9
Número de registro: 3856103

(Este es un libro publicado del que sale una nueva versión cada pocos años. Se entrega aquí por capítulos y se declara de dominio público. Libro gratuito)




HABLAR DE ESPAÑA


Delantal que se pone al libro.


Panorama:

El hombre es un ser sometido a instintos, como el de conservación o el gregario, y a reflejos como el de la búsqueda (qué difícil es dejar de buscar algo extraviado). Sometido. No hay libertad frente a ellos ni frente al tiempo que toca vivir. Llegar a percibir que hoy no es ayer, que se han modificado los principios activos de nuestro mundo, es difícil. Más si se trata con demagogia.

Hay que contar siempre con que la metafísica no pesa en los postulados que rigen el rumbo de la sociedad. Hay que atenerse, críticamente, a lo que hay, sabiendo que no se busca lo permanente y que se silencia la trascendencia de lo que realmente trasciende.

El mundo del hombre, el único verdaderamente accesible, es la sociedad y, en específico, la propia, en la que se ha formado y cuyo paso debe seguir, a gusto o a disgusto, o aceptar el riesgo de quedarse fuera. La sociedad es un sino, algo a lo que estamos condenados, un principio automático de sometimiento que, si falla, es restaurado por la coacción o la coerción: Policías y jueces cuidan de ello. Y quienes legislan.

Los poderes, antes legitimados por la fuerza o por la voluntad de Dios o por el talento de un líder verdadero, nato, ahora se atribuyen a decisiones del pueblo, que es un falso ente si no se le considera en masa, como masa. De ahí que la gobernación (dígase política si se prefiere) se haya convertido en la “creación de opinión”, en la enseñanza no pedida de ideas no razonadas, voluntariamente fáciles, masivas y repetitivas. Para entender la época, la política ha de considerarse como marketing, imagen de marca, doctrina extrema que se dice tolerante tanto más cuando actúa como censura y borrador de la historia. La política no es ya un enfrentamiento de ideas y de soluciones diversas para unos mismos problemas, sino método psicológico y sociológico en beneficio de la persistencia del poder de cada momento.

La sociedad, como el dinero, se basa siempre en una mentira generalmente aceptada: eso la vuelve inestable y dependiente de la propaganda constante, de un ruido de fondo que impide escuchar lo que realmente sucede y se dice por quienes no disponen de medios de información, que es lo mismo que no disponer del dinero necesario.

Esté donde esté el poder –normalmente en la grandísima empresa- no cree que haya derechos naturales, porque no existen por el hecho de nacer. Los hay por concepción ética, temporal, basada en las ideas predominantes: como emanación, quizá, de unas ideas incompletas de justicia y de libertad, modificadas cada día, según las necesidades. Además, tales derechos, aunque legislados, obligan a las administraciones, no a las empresas que se mueven desde la mentira pública a los clientes preferentes: ninguna igualdad se les exige; ninguna veracidad: tratan al hombre en función de sus conveniencias. También el Estado, convertido en muchos casos en departamento de ventas del poder general.

Un muro, la barrera del tiempo, nos separa de muchas de las ideas que aprendimos como verdaderas durante nuestra socialización. Parece que se ha decidido mantener al hombre en estado de cambio permanente aun a costa del estrés o de la dislocación de su personalidad. Lo común es vivir en lo que ya se ha modificado y negarse a aceptar, pese a las pruebas, que hoy la moral la dicta la economía, la máxima fuerza de transformación del modo de vivir.

Quizá sea urgente que las empresas se sometan al cumplimiento de los derechos y deberes que se contienen en las constituciones y en la liberal declaración de los derechos humanos de 1947, aunque tal declaración, ahora se ve, tuvo un carácter instrumental, propagandístico: convencer de que el mundo era así, o sea, como no era ni será.

Las sociedades, que han creado el principio de autoridad apoyadas en el instinto gregario del hombre, solieron llegar a un grado de civilización que las obligó a resguardarse de ella, a atar corto al poder para preservar alguna libertad. Desde hace ya dos siglos, parece que se desanda el camino, pero sin dejar de predicar los objetivos de libertad, igualdad y legalidad, e insistir en la separación de poderes. Un hecho «descivilizador.» Viene al caso razonar que el poder, para serlo y actuar como tal, ha de ser único y no sometido a ninguna fiscalización, por lo que, para no chocar con su propio discurso, ha de ser discreto, secreto, oculto, ya que todo poder aspira a perpetuarse, es decir a su máximo beneficio. Aspira a ser universal.

En el caso actual, cuando el poder está basado en lo económico, que controla, usa para su estrategia última, el dominio universal, la misma táctica que llevamos observando en el ejército norteamericano (y en otros menos afortunados por falta de capacidad) desde hace un siglo: el ataque masivo desde la superioridad técnica, abrumadora, de sus medios ofensivos, sin ninguna otra consideración moral, ni cálculo de sus costes sociales y humanos.

El obejtivo final de sus diferentes acciones estratégicas es eliminar al enemigo; no conformarse con someterle. Así mirando, el equivalente social de la bomba de hidrógeno es el medio de información masiva, la irrupción en la conciencia individual acompañada por la erradicación de estudios como la filosofía, la historia, la lógica. Desarmar la mente y la atención razonable del hombre.

¿A que extrañarse, pues, cuando se comprueba que los programas electorales entran de lleno en el mercado de futuros? Nos consta que, según sean, las bolsas suben o bajan, lo que no es prueba pequeña. Mercado de futuros, donde cuanto más se predica que han sido cumplidos los objetivos, menos realizados están. Por eso los gobiernos modernos, obligados a usar técnicas comerciales, propaganda masiva, batallas políticas de vuelo raso, promesas imposibles, se dedican plenamente a la agitación social. Son las herramientas del cambio que necesita la fuerza para alcanzar sus diferentes fines en cada instante.

El cambio a la vida como competición impide la vida como cooperación, o sea, la civilización, que es convivencia armónica. Miremos bien el entorno: si aquí se compite antes que se coopera, es la señal de que somos ya nación invadida y dominada. Hombres explotados. Sirva lo dicho como vacuna contra la barbarie tiránica que avasalla nuestra civilización. Moloch.

La desarticulación del vehículo de lo que destruye, la desarticulación de los medios audiovisuales y de sus productoras de opinión masiva, es un objetivo de urgente justicia para impedir la intromisión en el juicio del lector y espectador. De libertad. No silenciarlos sino garantizar su veracidad y liquidar su censura monocorde.

No se pueden construir una sociedad y su gobernación sobre opiniones producidas y extendidas por empresas comerciales que se mueven por la espectativa de beneficios máximos. La opinión como producto de consumo. Como moda.

Un poder sin riendas.

Y España en medio.

Se ha perdido en gran parte la noción de lo que es España y, sin contar la educación deficiente, esto se debe a que hablamos muy poco de ella y, en consecuencia, tampoco pensamos en lo que es.

Hay que partir de una evidencia sin discusión: España existe. Se le puede añadir algo más: España existe «todavía». Y este todavía se nos presenta como esclarecedor: a pesar del trabajo internacionalista de todos los partidos; a pesar de una sociedad más corrupta todavía, camino del caciquismo absoluto ; a pesar de las diecisiete autonomías, de los cientos de manifiestos separatistas, de la incuria del Defensor del Pueblo; a pesar de una intelectualidad que confiesa que no existe España y, caso de que existiera, no sabría para qué puede servir; a pesar de la prensa, de la televisión y de la escuela, el concepto de España existe «todavía»
.
Algo debe querer decir. España aún no es un recuerdo; más bien se trata de una realidad herida o, quizá, de una razón en trance de enloquecer, pero ahí está, más allá de toda discusión. Cierto que hay españoles a los que no nos gusta España y españoles a los que agradaría que España dejara de ser para convertirse en una segunda Francia o en una próxima URSS para mediados de siglo. También existen los que opinan que España es ahora lo que siempre debió de ser, pero estos son los comprometidos - vía bolsillo - con el sistema político y, por lo tanto, incapaces las más veces de comprender lo que España significa.

En otra esquina del mapa nos encontramos con los españoles que dicen ser otros más pequeños: catalanes, vascos, gallegos... cualquier cosa menos españoles. Suelen tener una concepción materialista del hombre (la raza, por ejemplo) y geográfica de la nación: la tierra convertida en razón de comunidad y considerada como patrimonio cultural: sería una manifestación de locura si no lo fuera de falta de formación.

Se pone aquí un «suelto» ejemplar, tomado de ABC el día 21 de Agosto del 2004, para que se observe a distancia la insania a la que obligan el disimulo de nuestra absurda situación y el poder de algunos:

Titular: «Ondean sin incidentes las cuatro banderas oficiales en la Semana Grande de Bilbao.» Malo viene el asunto cuando, aun sin incidentes, nos manejamos con cuatro banderas oficiales.

«Funcionarios municipales de Bilbao izaron, en la mañana de ayer, las cuatro banderas oficiales, la española, la europea, la de Bilbao y la ikurriña, en la balconada del ayuntamiento, con motivo del Día Grande de la capital vizcaína, sin que se registraran incidentes. [ahora vienen los incidentes que no se registraron y el tiempo que consiguieron tener en alto las banderas, que empezaron a izar poco antes de las ocho y media de la mañana] Sólo pretendió enturbiar el acto la presencia de un reducido grupo de jóvenes que abuchearon la colocación de la bandera española. Las banderas ondearon durante media hora, hasta que minutos antes de las nueve, los policías las retiraron. [ Un poco de confusión para mejorar la mixtura:] No se registró ningún tipo de presencia policial [¿y los que arriaban las banderas?], aunque durante la colocación y hasta la posterior arriada de las banderas, un helicóptero de la policía vasca sobrevoló el ayuntamiento.» O sea, que para que haya “incidente” ha de haber bomba. Como señala Calderón en boca de un alivio cómico, “Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos.”

El suelto define muy bien la penosa actualidad de los últimos treinta años, y manifiesta que los políticos no izan banderas ni las arrían: trabajo peligroso que delegan en funcionario y policías. Tales actos, además, se hacen temprano, para esquivar a los que no sólo no se sienten españoles sino que han declarado la guerra a España por motivos de odio. Ondear la bandera durante media hora ya es temeridad o causa vergüenza a algunos, cuánto más defenderla. Para eso ya está la policía, que no hizo acto de presencia y, de un modo misterioso o metafísico, vigiló en helicóptero y bajó la bandera mientras aullaban los chacales. No obstante hay que decir que todos estos comportamientos son claramente españoles, excepto el disimulo y la pobre sintaxis de la redacción de la noticia: el que miente es un conejo. Al menos en España.

Bien se ve que amándola, odiándola, combatiéndola o defendiéndola, España sigue en la raíz de casi todos. España sigue siendo vínculo - positivo o negativo - y sujeto al que atribuir la historia buena o mala. Tiene una vida metafísica y esa vida, tan difícil de definir, es la clave que nos explica por qué no somos como los franceses o como los alemanes o como los italianos: porque somos españoles y compartimos, más aún que la tierra, una historia común, unas costumbres comunes, una fe, y muchos problemas.

Hemos de hablar, pues, de España una y otra vez, ya que es lo que más compartimos con nuestros semejantes. Hemos de averiguar en qué consiste España: la parte que cambia con el tiempo y la que permanece; los aspectos que cada generación añade al patrimonio común y los que cada generación hace desaparecer.

Cuando alcancemos un conocimiento válido de España, comprenderemos la mitad, al menos, de nosotros mismos: esa mitad colectiva, adquirida por contagio y formación pero no por nacimiento, que nos permitirá, también, entender mejor la realidad en que nos movemos y, por fin, modificarla hacia lo óptimo y terminar con dos siglos de miedo a España. Ese miedo que tantos desaciertos históricos explicaría.

Valga anticiparse y recordar que el amor, el cariño, la atracción son cosas distintas. Suelen contenerse en el Amor, que también existe por nuestra capacidad de proyectar ideales, sentimientos, carencias y belleza sobre aquello que inevitablemente nos enamora.

¿Es esto lo que empuja y padece quien ama a España? La pregunta es insoslayable: ¿hasta dónde se proyecta sobre la Patria ese que la ama? Cualquier respuesta será larga, pero se puede resumir con sencillez: proyectamos sobre España, desde la intimidad del alma que busca, cuanto podríamos compartir honradamente, con desprendimiento y esperanza. Más la poesía.


VENDA QUE SE PONE.

En esta tierra y en esta hora sería osadía publicar los mínimos ensayos que siguen sin poner anticipadamente la venda que cure las críticas previsibles. Cuando los sucesivos gobiernos tratan de disolvernos en el totum revolutum de Europa, de la Globalización y de la sociedad multicultural, hablar de España se interpretará por los comprometidos y los asalariados como un gran desafío a los poderes superiores. Y, además, el mal efecto que causará entre los separatismos que siempre piden más, incluido el silencio de quienes intentan pensar sin consigna y desde ninguna ideología.

Así las cosas, lo más urgente del libro es advertir que no contiene alcaloides de nacionalismo; antes al contrario, rechaza que la unión del hombre con la tierra, su identificación con ella o con esa presunta semilla de una sociedad que es la raza, no caben en él: Las Patrias son, entre otras muchas cosas, comunidades de rumbos y de esperanzas: rumbos compartidos, necesidades y esperanzas comunes. España es un método muy elaborado de darse a los demás y de acercarse a uno mismo, o sea, de reconocerse, que es «volverse a conocer.»

Otra posibilidad es que se llegue a mencionar el fascismo, tan múltiple, por el hecho elemental de pretender hablar de una comunidad que, en origen, es irrevocable y que está por encima de cualquier política. Bastará con seguir leyendo para comprobar como se señala que el corporativismo es el raptor de la poca justicia que el hombre puede alcanzar. Pero, diablos, tampoco es malo que te llamen cosas si crees en lo que buscas y en lo invisible: la música es invisible, como el viento, la justicia, la razón, la libertad, la idea o el amor. Si se es inquebrantable, no es malo que te cubran de silencio o de improperio por decir que vamos (ya estamos llegando y se nota) al totalitarismo y que hay que elegir entre un Estado al servicio de la empresa o al servicio del hombre. Nuestra cultura aconseja bien: «Con el rico y poderoso hay que ser orgulloso.» Puro arte de caballería. De caballeros.

Nuestro mundo, en cambio, está atrapado por internacionales y multinacionales y los medios de información (que son empresas) nos lo reflejan como ansioso de entregar las independencias de sus sociedades o naciones.

No hace política el libro. No levanta una bandera ni, menos, un banderín de enganche. Levanta una esperanza posible: si hablamos de España terminaremos por entenderla y entendernos. Incluso en una sociedad regida, temporalmente, por la ley del Máximo Beneficio. Además consuela saber que quienes se echan al cuello del próximo no suelen ser los que han entendido mal sus ideas, sino gente que las ha captado y valorado perfectamente.

El libro, pues, llama, si llama a algo, a convivir mejor, a ser más independientes y a hacer imposible la revuelta en cuyos prolegómenos ya andan al menos dos autonomías. ¿Cómo lograrlo? Conociendo mejor el genio de España. Se insiste, porque nos conocemos: Aquí no se intenta que los hombres se asocien en defensa o en contra de esto o lo otro. Quien quiera conocer la profundidad de lo español, la entraña de nuestras gentes, dispone desde hace siglos de un manual espléndido: el Refranero. Pero ya será mucho que las buenas gentes hablen más de España y, sintiéndola, la razonen y la guarden en su memoria: todos llevamos una imagen, una réplica del mundo en nuestro interior y nos conviene que sea lo más exacta.

Como primera aproximación valga una frase de Bernanos, de 1947: «La mentira ha cambiado de repertorio.» (Tomada de la entrevista que Jean Claude Gillebaud hizo a René Girard en «Le Nouvel Observateur» y traducida en Alfa y Omega, sobre su libro «Los orígenes de la Cultura»)