sábado, abril 01, 2006

LA UTILIDAD DE LA PATRIA

¿ESPAÑA SIRVE PARA ALGO?

He aquí una pregunta práctica y algo irreverente, de esas que parece que está mal hacerse cuando se trata de asuntos elevados. ¿Acaso sirve para algo el cielo? ¿Acaso tiene que servir la Patria para algo? Creo que sí.

Tengo la impresión, a veces, de colocar a la Patria apenas un escalón por debajo de lo divino, y no es así como pienso. Es cierto que afirmo que España, La Estirpe, como algunos sacramentos, imprimen carácter, y que son el único camino para comunicarnos con nuestros semejantes y comprender el mundo. También insisto en que la Patria no se puede desviar ya de su destino: sólo se puede engrandecer o perjudicar. Pero la Patria es obra de los hombres; de muchísimos hombres que han ido acumulando en ella su fe, sus experiencias, su angustia y su voluntad. Pero obra de los hombres.

De los de antes y de los de ahora, y rara vez hacen los hombres las cosas sin motivo, incluso los poetas y los locos. Por eso hay que preguntarse por qué los hombres empezaron a hacer España, pasaron el mar, y cómo. ¿Con qué objetivos? ¿Para cuánto tiempo? Y más aún: ¿para qué la hicieron?

España debe de tener una utilidad, se reconozca o no. España existe para cubrir unos objetivos, para solucionar unas necesidades. Y consta que esas necesidades, por ser de hombres, son a la vez espirituales y materiales, tienen que ver con lo que muere y con lo que sobrevive del hombre. Desde mi realidad de hombre libre, me pregunto para qué me sirve a mí la Patria, España.

En principio hay algo relacionado con la persona, esa máscara griega que ha acabado por convertirse en la definición de la fusión de cuerpo y espíritu que es el hombre. El «yo», me digo, es el principio de atribución de mis acciones. Yo me equivoco y yo como: no digo que mi alma se equivoca y que mi cuerpo come. Soy yo en ambos casos.

España es, puede ser, otro principio de atribución más general. Por ella transcurre mi vida y en ella se mueve mi pensamiento: la parte que se es exclusivamente y la parte de él, el principio de atribución, que es exclusivamente de todos; lo que una vez Julián Marías definió como «lo consabido». Si mis acciones particulares las atribuyo a mi yo, ¿puedo atribuir mis acciones universales a España?

¿Qué soy yo? Un hombre, pero ¿soy un hombre a solas? Soy un hombre en el mundo. Lo diré de una vez: mi relación con el mundo es, precisamente, España. El principio de atribución de mis relaciones con el mundo es mi Patria.

Y eso me sirve de mucho: me sitúa en el Universo. España es mi carta de navegación y mi polar, mi brújula y mi sextante. Es la necesaria referencia para saber dónde estoy y, por lo tanto, hacia dónde voy y hacia dónde puedo ir. Esa es su utilidad. Es tan práctica España que, sencillamente, sirve para complementarme, para hacerme hijo del tiempo que me ha tocado, para explicarme las posibilidades que tengo hacia adelante y, además, para acercarme a otros como yo en la seguridad de que voy a ser entendido por ellos mejor que por cualesquiera otros seres humanos.

Otra cosa es que, aun entendiéndome, me acepten o, al menos, me toleren.


ESPAÑA PRÁCTICA.


La «utilidad» de España sigue siendo preocupante. En el primer intento se ha dicho que España era el principio de atribución de mis relaciones con el mundo, y así comprendía que España daba temporalidad al hombre y le proyectaba hacia el futuro al hacerle heredero de un pasado.

Sirve aún para muchas otras cosas, como para la unidad. Para la unidad de propósitos y para la unidad de acción. Es decir, para ofrecerme una mayor eficacia en mi elección de objetivos y en las acciones que emprenda.

Porque soy español - y no otra cosa - adonde voy no voy solo. Ya sé que en muchos casos uno avanza disputando con su otro vecino español, pero avanza... Llegados aquí, encontramos al juvenil Primo de Rivera, que iluminó mi primer patriotismo con su atisbo de que España es una unidad de destino en lo Universal. ¿Será que siempre se entiende algo más de esa frase formidable y orteguiana en parte?

Como español no estoy sólo en la aventura de vivir; no dependo de mis únicas fuerzas ni de mis únicos pensamientos, pues ser español me integra en un destino que, desde luego, no he elegido, pero que puedo asumir aceptando algunos esfuerzos. Tampoco intervengo en la dirección hacia la que la tierra gira, ni en la luz que despide el sol, pero ahí están sin que yo pierda la libertad por ello.

España está ahí: es anterior a mí y será posterior. No se interfiere en mi libertad: al contrario, me permite desarrollarla al hacer accesible para mí un mundo que no lo sería si yo hubiera nacido aislado, a solas. Me uno a una marcha, a una comitiva a la que puedo añadir mi voz y mis pensamientos. Me da una oportunidad: comprender lo que sucede y adivinar adónde voy.

Cuando veía a España como un río, indicaba su dirección: nace en alguna parte y va a desembocar a otro lugar. Por el afluente de mi vida individual, llego y aumento el caudal de España, pues acabo sabiendo hacia adónde voy y conozco las marcas con que el tiempo ha señalado la edad que me tocará recorrer.

Mucha filosofía extranjera suele aturdirse por este problema, por el miedo del hombre a solas en el mundo, que no sabe muy bien de dónde viene e ignora adónde va. Esa dicen que es la clave de la angustia.

Y he aquí que España me protege de ella al ser asidero de lo exacto. Me dice - a veces bronca y a veces amable - de donde vengo desde el fondo de los tiempos y me enseña un futuro amplio en una dirección que conozco y no me preocupa.

Luego, claro, me carga con parte del peso: adonde voy, no voy solo pero tampoco descargado: dos mil años de ilusiones pesan, precisamente porque España me lleva de lo particular a lo universal, de lo pequeño a lo grande, de lo incomprensible a lo comprendido, mientras me quita las dudas más graves: sé de dónde vengo y quiero ir adónde voy.


EL CUERPO MÍSTICO.


Volvamos a la primera de todas las preguntas: ¿Qué es España? Esa unidad de destino en lo universal, ese principio de atribución de mis relaciones con el mundo, ¿es algo real o imaginación dislocada?

A partir del momento en que sé que, desde la prehistoria hasta aquí, han transcurrido dos mil años por el hilo conductor de la identidad de nombres y emociones, me siento hoy responsable de toda la historia, comprendo que la existencia de España es algo real, algo tan sólido que, en lugar de deshacerse en los temporales de los siglos, ha crecido con cada vida que bautizó y enterró.

La España de hoy es más grande que la de Felipe II, porque la medida de una nación es el tiempo y no el territorio. España se mueve en la historia a la vez que el planeta se mueve en el espacio. El planeta da vueltas en torno a sí mismo, mientras que España avanza en lo temporal hacia un futuro. La España de hoy también es más completa porque dieciséis o diecisiete generaciones le han sumado sus hallazgos y sus esfuerzos. Dentro de cuatrocientos años España aún será más grande, más rica.

Se nos ocurre a todos añadir: «si sobrevive». ¿Es que corre peligro España? Se lee en la prensa que sí; se ve en los separatismos que sí; se ve en la colonización económica que sí, lo mismo que en la inoperancia del sistema y en el entramado de intereses particulares. Se oyen en este sentido muchos comentarios: «España se nos deshace entre las manos?» ¿Qué le voy a hacer si no me lo creo? España es una Patria. Ha protagonizado una historia larga y durísima precisamente a costa de estar en crisis, de correr esos aparentes peligros de destrucción una y otra vez. Me excuso de citar todos y cada uno de ellos. A todas las generaciones España ha estado a punto de deshacérseles entre los dedos: la Primera República, el 98, el 36, ahora. Pero aquí sigue España y esto sí que es incuestionable. No es un nombre en el mapa o en la historia solamente: es una cultura milenaria, universal y con vocación de eternidad, y eso no se muere ni se puede matar.

A veces lo político se nos mezcla con lo universal. No dudo que el sistema de esta España del presente se debilita solo: por irreal, retóricamente representativo y corrupto como el resto de Occidente. Ni dudo, aunque quisiera, que ello va a suponer una fuerte sacudida en todos nosotros. Pero, gracias a Dios, España está por encima, a años luz por encima de estos cambios políticos que serán pura anécdota dentro de dos siglos.

Me importa más saber por qué estas cosas suceden y por qué tienen que suceder una y otra vez. Hay sistemas que aspiran a representar a España en un Estado que no está ni hecho ni pensado para los problemas y realidades de esta época. Esos caen siempre al poco y con estruendo: ni son realistas, ni son eficaces, ni son, por no ser, nada más que la demostración de la contumaz tozudez de ciertas minorías. Hay otros sistemas, otros estados, que nacen con su tiempo, que cubren una época y que desaparecen suavemente - tristemente - una vez cumplida su misión. Con mayor o menor acierto, algunos tratan de comprender a España; se fijan más en lo permanente que en lo transitorio, y suelen solucionar gran parte de las miserias causadas por la historia.

Uno de estos estados nacionales, o sea, ocupados especialmente por España, es el que se vislumbra ahora. Pero para llegar a él antes hay que llegar al ser de España; antes hay que comprender cómo es la Patria y qué necesita. Y comprenderlo todos. Todos los fundamentales, al menos. Saber que esta frágil estructura, doblada bajo el peso insensato de UCD, PSOE y PP, se está cayendo sin arreglar nada, de puro imposible y débil, no significa que cualquier otra cosa que la substituya será mejor si arranca, como arrancó la "mala transición", de las prisas y de la negación de la historia que nos prevenía en contra de lo que acabó haciéndose.


CUERPO MÍSTICO.


No hice, en lo anterior, más que esbozar apenas la idea del cuerpo místico, cuando decía que España, por ser una cultura milenaria, ecuménica y con vocación universal, no puede morir de buenas a primeras: se va transformando despacio pero jamás cambia absolutamente. Jamás se olvida.

Lo político - añadía- es anecdótico, mientras que lo permanente sigue. ¿Cómo llega a suceder esto? ¿Cómo es posible que determinadas ideas, determinados sentimientos permanezcan y se fortalezcan a lo largo de los siglos? ¿Cómo funciona España?

Si España no es, como supongo, una entelequia, tiene, a la fuerza, un modo de ser , de llegar a ser en cada momento; un mecanismo para sobrevivir, y ese es un tema en el que pensar muy seriamente. En suma: ¿Cómo nos las hemos arreglado para llegar hasta aquí, después de la enormidad de cosas que han sucedido desde el principio?

Tiene España una fuerte personalidad (Cuidado: no le atribuyo alma ni psicología: hablo de su cultura), una genial personalidad temperamental y artística, dada a los altibajos y a las crisis de las que sale más y más viva. A bote pronto, puede calcularse que su rasgo más notable es la fuerza creadora, como demuestran las sólidas huellas de su cultura. Madre de Patrias, embrión de difíciles empresas, España está más concebida como matriz fecunda que como sencilla unidad. Esto no lo entienden ni pujoles ni arzallus ni aznares ni zapateros: en España no se puede crear al margen de España.

La Patria tiene talento para la creación, para la innovación, para percibir lo que a otros se les escapa y para concebir el futuro como empresa, como transcurso en el que se tiene que llevar a cabo todo. Como creadora que es, necesita independencia y no resiste verse sometida ni a hombres ni a ideas extranjeras. Y los separatismos aspiran a ser lo contrario: extranjeros.

Su genio es artístico y exaltado, y lleva el realismo hasta tal punto que trasciende de la realidad para convertirse en mística: el gran Barroco español no ha dejado de ser todavía. Sucede, pues, que cuando España no puede inventar, no puede renovar el mundo, ni causar asombro entre las naciones, cae en la postración, en la frustración del artista que no consigue rematar su obra, con sus pesimismos enfermizos y sus tendencias suicidas. Luego, despierta del sueño fatal y actúa. España está condenada a la acción por la propia vitalidad de su cultura y por su juventud exuberante. Si no puede saltar las fronteras, se vuelve contra sí, pero siempre en movimiento, siempre efervescente, aguardando el momento del nuevo hallazgo, de la inspiración que, cuando llega, llena un siglo de la humanidad cada vez.

Así la veo. Así la conozco, dándome la dimensión temporal de mi vida, pero intemporal ella misma, porque hay dos Españas - sin contar esas problemáticas de derechas y de izquierdas - , la España Militante y la España Triunfante, en permanente comunicación a través de las épocas.

La España de hoy, militante; la España del esfuerzo cotidiano, es la punta de la flecha que se mueve en el tiempo. La España Triunfante, todas las anteriores Españas que fueron y devinieron en esta de ahora: la romana y la gótica, la arábiga y la fronteriza, la descubridora y la que inauguró la Edad Moderna.

Tenemos línea directa con esas Españas Triunfantes. Sabemos sus pensamientos y sus luchas, y sólo aprovechándonos de este pasado tan rico ganaremos el derecho a hacer nuestro futuro. Y he aquí la razón por la que ni UCD antes, ni PSOE ni PP permiten que las juventudes conozcan la historia o el idioma que nos conecta con ella. No es una casualidad sino una conspiración inútil.